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    ¿Qué esconde mi tarjeta de crédito?

    Las tarjetas de crédito se han convertido en un complemento más que necesario e insustituible en carteras y monederos, ya estén estos en el bolsillo de un ministro o en el bolso de un ama de casa. Sin embargo, detrás del inofensivo rectángulo plastificado se esconden algunas ‘trampas’, que pueden suponer un grave perjuicio para el cliente.

    Rápido ascenso a la cotidianidad

    Puesto que no conviene empezar la casa por el tejado, situémonos en el principio. La tarjeta de crédito es un instrumento relativamente joven. En una primera fase, que comprende la primera mitad del siglo pasado, al otro lado del océano, en aquel país donde se ha inventado casi de todo, EE. UU., algunas empresas empezaron a emitir tarjetas exclusivamente para empleados, que servían para abonar sueldos. Más adelante, negocios como hoteles y compañías gasolineras se subieron al carro del crédito y difundieron entre sus clientes tarjetas sólo aceptadas en sus propias sucursales. A partir de entonces se extendió su uso como medio de pago comúnmente aceptado. La segunda fase llega en 1950 con el nacimiento de la tarjeta Diners Club, la primera en ser aceptada por una amplia variedad de comercios. El Franklin National Bank de Long Island (Nueva York) estuvo atento y solo un año después (1951) se convirtió en la primera entidad financiera en lanzar una tarjeta de crédito válida como medio de pago en los comercios locales.

    Su uso, ya extendido, comenzó a generalizarse. Pasó de ser una herramienta en manos de determinadas clases privilegiadas a transformarse en otra a disposición de prácticamente toda la población.

    El visionario

    Como dato curioso, mencionar que Edward Bellamy, a quien todo aquel que leyese su obra Looking Backward tacharía de utópico, no se equivocó. Publicada en 1888, pero ambientada en el siglo XXI, describe cómo en una sociedad futura en la que no existe el dinero como tal, la administración central proporciona a los ciudadanos una especie de credencial con la que efectuar compras o negocios. Un visionario más que añadir a la lista siempre incompleta.

    Confidencial para el usuario

    En la actual coyuntura económica que subyuga al mundo, la necesidad ahoga. También la de las entidades bancarias por reclutar nuevos clientes. Amparadas en determinados vacíos legales y con la complicidad del cliente, en la mayoría de los casos por desconocimiento, casi todo vale.

    Cualquier tarjeta, crédito, débito, recompensa, cuenta con dos lados: el bueno, son tan imprescindibles como útiles, ya que facilitan como medio de pago las transacciones económicas y posibilitan a su vez la obtención de financiación, a la vez que sirven como garantía. Del lado no tan bueno se hallan los secretos, que esconden en su interior. Sin pretender satanizar en modo alguno la tarjeta de crédito, conviene tener en cuenta que las entidades emisoras de estas jamás perderán beneficio.

    Estrictamente legales

    En octubre de 2009 el Congreso español aprobó la reforma de la Ley de Medios de Pago. Para sorpresa de muchos, dada la situación económica presente, dicha disposición legal incluye una modificación en virtud de la cual los comerciantes podrán aumentar en un 1% el valor de un producto a aquellos clientes que opten por el pago con tarjeta. Con intención de fomentar la competencia y evitar las comisiones abusivas al gremio de comerciantes (en un país donde la comisión media es de un 1% frente al 0,3% / 0,4% de media en la Unión Europea) todo queda en un aviso para las entidades.

    En el país que la vio nacer, EE. UU., la nueva reforma legal (en vigor desde febrero de 2010) que trataba de poner fin al despotismo de las entidades, a la par que prohibía prácticas abusivas como no aumentar los intereses sobre un saldo acumulado o no aplicar pagos a las tasas más elevadas, daba lugar a otras nuevas: cargos por transferencias más elevados o nuevas cuotas como la comisión derivada de la no utilización.

    De seguridad

    En España en 2011 se realizaron 969.156 operaciones de retirada de efectivo en cajeros, según datos de la Red Española de Tarjetas de Crédito. Al tiempo que dichas operaciones descienden un 1,85 % con respecto al año anterior, aumentan los fraudes (en los dos últimos años) en un 30%, según el Santander. El robo de contraseñas o clonación de tarjetas en cajeros continúa siendo una práctica, además de frecuente, sencilla. Basta con un ‘Skimmer’ dispositivo que contiene una cámara que se inserta en la ranura del cajero y graba el número de identificación personal del cliente.

    Intereses, compañeros de vida

    El pago por disfrutar de una tarjeta resulta mínimo en un principio. Esto no se debe a la generosidad bancaria, sino a que el banco no te cobra la tarjeta en sí, sino los intereses derivados de su uso que, por supuesto, son mayores.

    Debido a que el 90% de la cuota de mercado se concentra en las diez entidades emisoras por excelencia, en las pequeñas se pueden obtener condiciones más favorables, según el portal Coyuntura Económica.

    Las comisiones

    Amplia gama de posibilidades la que se abre en este punto. Por citar algunos ejemplos, existen comisiones por retraso en el pago, por mantenimiento, por anulación, por utilización reducida o por no uso de su tarjeta durante un tiempo determinado…

    Algunas de ellas generan a los bancos ingresos por partida doble. Prueba de ello, cuando se realiza una compra en un establecimiento, este abona al banco una comisión del 2% o 3% mientras que tú haces lo propio con el interés.

    En definitiva, tampoco en el mundo de las tarjetas de crédito es oro todo lo que reluce.

    Fuentes:http://es.finance.yahoo.com/noticias/esconde-tarjeta-crédito-133300279.html